Joan Robinson
martes, 12 de enero de 2010
La doctora Bonnie Dunbar, una de las principales investigadoras en el campo de la anticoncepción, abandonó recientemente 30 años de trabajo en el desarrollo de una vacuna anticonceptiva, porque descubrió que el cuerpo femenino se rehúsa a ir en contra de su propia reproducción. La ciencia, una vez más, confirma la fuerza inalterable del diseño físico femenino.
Ya sea en la China rural, en la sabana africana o en el Occidente citadino, los cuerpos de las mujeres, y específicamente su capacidad reproductiva, son objeto de múltiples ataques. Píldoras, parches e implantes hormonales, espermicidas, etcétera, son intentos para detener el sistema de la mujer en una de sus capacidades más perfectas e integrales: darle la existencia a un ser humano, y por ende, continuar su especie.
Los anticonceptivos son, a fin de cuentas, una introducción invasiva de material extraño en el cuerpo de la mujer, que anula el proceso reproductivo natural. Lo que la doctora Bonnie Dunbar esperó desarrollar era una vacuna que podría engañar al sistema inmunológico femenino. Una forma de lucha contra las células reproductivas como si éstas fueran un virus. La vacuna era un intento insidioso de hacer que el cuerpo considerara el embarazo como una enfermedad.
La motivación detrás de su investigación sobre los anticonceptivos fue, como es lógico, el control de la población. “He pasado más de 20 años desarrollando vacunas, vacunas anticonceptivas”, explicó la doctora, “porque en mi juventud tuve una visión de que, tal vez, podríamos ayudar al problema de la población mundial y darles a las mujeres una opción para el control de la natalidad que no fuera invasiva a nuestras hormonas o a nuestros sistemas, o que tuvieran los efectos colaterales que ahora vemos en muchos métodos anticonceptivos”.
Se supone que ella esperaba que la inmunidad de la vacuna al embarazo durara varios años al menos y así resultaría un control de población más eficaz en las naciones en desarrollo.
En la mentalidad de los promotores del control natal, la píldora u otros métodos anticonceptivos requieren demasiada participación y disciplina de la mujer para ser efectivos. En esos métodos de corta duración y uso repetitivo (diario en el caso de las píldoras) la tasa de deserción y falla de uso son altísimas. Por supuesto es algo que nunca se molestan en decir en público.
Entre los muchos éxitos de su larga y brillante carrera, la doctora Dunbar formó parte de la plantilla de científicos de la Fundación “Harbor Branch” de la Universidad Atlántica de Florida, del Smithsonian Institution y, no nos sorprende en lo más mínimo, del Population Council, digamos, la “Universidad” de Rockefeller.
Ha recibido condecoraciones por sus décadas de trabajo en las vacunas anticonceptivas y en el año 1994 fue premiada por la National Institute of Health (el instituto encargado de la salud pública en EU) como la “First Margaret Pittman Lecturer” (Primera Catedrática Margaret Pittman). Ella es un miembro fundador de “The Africa Biomedical Center” (Centro Biomédico de Africa) en Kenia, donde actualmente vive.
A través de los años, la doctora Dunbar ha asesorado a la Organización Mundial de la Salud y a la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) en muchos proyectos de países en desarrollo, incluyendo China, India, América del Sur y África. (No es coincidencia que todas estas regiones son objetivos principales para los programas de control de población de las Naciones Unidas).
Tuve el placer de conocer a la doctora Dunbar recientemente en la IV Conferencia Pública Internacional sobre la Vacunación. Ella vino de Kenia para presentar los resultados de su fallida investigación de la vacuna y hacer un llamamiento sorprendente para una reorientación de fondos, apartados al VIH/SIDA y la investigación de la vacuna anticonceptiva, a las necesidades primarias de salud de los africanos y, por supuesto, a la reducción de la población.
Cuando empezó como estudiante de posgrado a desarrollar una vacuna anticonceptiva, se dio cuenta de que muchas mujeres infértiles tenían anticuerpos hacia su propia zona pelúcida. (La zona pelúcida es la glicoproteína que rodea el óvulo femenino o el huevo). Esto impedía que el esperma se uniera penetrando y fertilizando el óvulo. Esto se convirtió en la base de la hipótesis de la investigación de la doctora Dunbar.
“Por años,” explicó, “pensamos que si las mujeres eran infértiles debido a estos anticuerpos, pero por otro lado, eran perfectamente saludables, entonces esta situación se convertía en un eficaz método anticonceptivo, que evitaría la fecundación sin ser abortivo, ni tampoco interferiría con el sistema endocrino.”
Esperaba imitar este trastorno de infertilidad natural, para hacer una vacuna que desarrollaría en mujeres saludables respuesta inmunológica a sus propios óvulos. “El objetivo de nuestra vacuna era desarrollar autoinmunidad”, declaró la doctora Dunbar, así de claro y sin ninguna afectación.
La manera en que la doctora proponía generar autoinmunidad fue inyectar a sus conejos de laboratorio, no con sus propias glicoproteínas de la zona pelúcida (muy parecidas a otras proteínas del animal que realizan funciones diversas en su cuerpo, sino con las proteínas del cerdo. Estas últimas son lo suficiente extrañas para “engañar al conejo, produciendo anticuerpos en contra de sus mismas propias proteínas”.
Y fue eficaz. Estas inyecciones provocaron una respuesta autoinmune en los conejos inoculados. Sin embargo, hubo una dificultad mayor que, curiosamente, al final resultó insuperable:
“Descubrimos que cuando inmunizábamos a estos animales, les destruíamos completamente los ovarios,” admitió la doctora. “Desafortunadamente, no solamente estábamos evitando la fecundación, sino que generábamos toda una enfermedad autoinmune, también conocida como insuficiencia ovárica prematura”.
Ella probó la vacuna en varios animales, incluyendo primates, y descubrió en todos los casos que la vacuna causó una falla auto inmunológica permanente en los ovarios. Al observar las fotografías de estos ovarios devastados, completamente destruidos por el propio cuerpo femenino, la especialista tomó una decisión. Actuando con integridad, a menudo ausente en investigadores de anti-fertilidad, resolvió oponerse totalmente a cualquier desarrollo posterior de esta vacuna en seres humanos.
"Al declarar la muerte de esta vacuna para la investigación humana adicional", la doctora Dunbar declaró: "Yo seré responsable de la infelicidad de algunas personas en mi empresa de biotecnología y de algunas otras más".
Ahora esta antigua vacuna anticonceptiva está siendo desarrollada como un posible agente de esterilización no-quirúrgico para perros y gatos, y también se utiliza para seleccionar la limitada población de elefantes africanos. Y por supuesto en ello, no tenemos ninguna objeción.
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