Aborto
No se si puede decir algo más sobre el aborto, pero la terrible
realidad de lo que significa, obliga a seguir insistiendo en ello.
Son muchas las voces autorizadas que han calificado al aborto como
la peor plaga social del pasado siglo XX y del XXI que
ahora se inicia. Y es cierto, solamente se necesita para
comprobarlo volver a considerar que es un aborto. Algo
que la propia sociedad parece, en ocasiones, como querer
desdibujar para ocultar su horrible realidad. Seguramente,
porque no es capaz de soportarla.
Un aborto no es expulsar un coágulo de sangre. Ni deshacerse de un
montón de células sin ningún valor biológico, ni ontológico. El aborto no es
interrumpir un embarazo, ni mucho menos recuperar la menstruación
perdida. El aborto es mucho más. El aborto es terminar con la vida de un
ser humano que es eliminado, la gran mayoría de las veces por
procedimientos tan cruentos, que la hipocresía humana dice no poder
contemplar pero si permitir. El aborto es matar a un neonato, cuyo corazón
late como el nuestro; que siente como nosotros; que en la mayoría de los
casos está conformado, o casi conformado, como un niño, y que lo único
que no puede hacer es defenderse del injusto ataque que sufre. El aborto, en
muchos casos, es desmembrar a un feto, cuando no romper su cráneo, para
poder extraerlo del vientre de su madre, si tiene más de 20 semanas. Algo
tan terrible, que su sola consideración, cuando no su contemplación, lleva a
la nausea.
Dentro de un orden social, el aborto es la mayor manifestación de
arbitraria prepotencia del hombre sobre la mujer que lo sufre. Es una de las
máximas expresiones del machismo más rampante. El aborto es lo peor que
a una mujer puede ocurrirle pues, no creo que haya nada más nefasto que
una madre se vea avocada a terminar con la vida de su hijo.
El aborto es el más cruento final para miles de embarazos, 101.592
en toda España, en el año 2006, casi un 30% más que el año anterior. El
aborto es la peor plaga social y sanitaria de nuestras jóvenes mujeres,
39.286 lo padecieron en el último año.
El aborto es lo más contrario de aquello que subyace en lo más
íntimo del corazón del hombre, amar a los otros. El aborto, no es solo odiar,
es matar al que nos molesta.
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El aborto es terminar con el estado de derecho, pues no hace falta
recordar que en nuestro país todos tenemos derecho a la vida, derecho que
la sociedad está más obligada a tutelar si cabe en el caso de los más débiles.
No hay que olvidar que el aborto sigue siendo un delito despenalizado, y
no, como algunos quieren hacernos ver, un derecho de la mujer.
El aborto es algo que repugna a cualquier persona que mínimamente
sienta la justicia, pues el aborto es la más injusta imposición del fuerte
sobre el débil.
El aborto es terminar con el inalienable derecho del niño a sentirse
protegido cuando más lo necesita, en el seno de su madre. El aborto es
conculcar en no pocas ocasiones el derecho que tiene el padre a que se
respete la vida de su hijo. El aborto es socavar en un nuestra sociedad lo
más sagrado que existe, el derecho que todos tienen a la vida.
El aborto es todo lo que hemos dicho y mucho más. Pero sobretodo,
el aborto es el más horrendo crimen contra el hombre y la humanidad. Una
sociedad que permite matar a sus hijos no nacidos es una sociedad que
implícitamente ha matado a Dios.
Y todo esto ocurre entre nosotros. En una sociedad que, en general,
cuando se habla del aborto mira hacia otro lado. Una sociedad que no
quiere acercarse a esta terrible realidad y que prefiere pasar como de
puntillas sobre la mayor plaga social de nuestro tiempo. Una sociedad que,
como ya hemos dicho antes, no puede contemplar lo que es un aborto, pero
sí permanecer inmóvil ante él.
Pero la historia nos juzgará. La historia nos exigirá
responsabilidades, no solo colectivas, sino también individuales, a cada uno
de nosotros, pues sabiendo que es el aborto no hemos puesto nuestra vida al
servicio de la vida, al servicio de la defensa de los más inocentes, como
muchas veces he repetido, los más débiles de los débiles, los más
indefensos entre los seres humanos. Justo Aznar (Las Provincias
(Valencia), 21-I-2007).
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